Estoy convencido de que los teléfonos móviles tienen más inconvenientes que ventajas.
No es sólo que te tengan localizado a todas horas, lo cual no hubiera soñado ni el mas ignominioso dictador orwelliano, si no que todo el mundo cree que cuando te llaman has de estar disponible y presto a hablar. Los británicos tienen una sana costumbre (tienen alguna más pero que no se diga) que és la de llamar por teléfono y anunciar sus visitas, nada de presentarse de sopetón y pillarte in media res de cualquier cosa. Es algo muy civilizado, pues el que recibe puede dispensar la atención y preparar el recibimiento que merezca la visita.
Con el teléfono fijo, siempre podias hacer caso omiso a las llamadas y fingir no estar en casa. Si las llamadas se repetían mucho y el que llama no desistía se podía colegir que era algo urgente y coger el teléfono en última instancia. Luego las mas de las veces no era nada importante y te tenias que someter al muy recriminatorio «Te he estado llamando», pero uno formaba hábiles excusas como que estaba en la delicada operación de quitarse un padastro o preparando un plato de fubu a la meniere con caviar belouga y salvaba el ominoso envite.
Pero todos quieren hablar y quieren hablar ya, cuando les place. ¿Que fue de aquellas conversaciones ceremonialmente preparadas, acondicionadas, servidas para el disfrute de los dialogantes de la antigüedad? En mis tiempos de estudiante erasmus en inglaterra (todavía internet era incipiente y si decias hotmail pensaban que te referias a una página guarra) conocí a dos colegas finlandeses, Harri Kukkula y Antti Hyavarinen, nuestras conversaciones eran de lo más singulares. La visita comenzaba arrellanandose en unos buenos sillones que tenia, entonces sacaba mis botellas para las visitas Absolut Citron (algún dia comentaré lo poco chauvinistas que son los nordicos para con sus bebidas espirituosas) y Teacher´s , los cubitos (los hacía de agua mineral como es de ley, salvo los maltas) junto con unos cacahutes y unas papas más que nada para adornar. Entonces uno de nosotros comenzaba a hablar de lo bueno o malo que había sido el tiempo de aquel día, seguido de un estupendo lingotazo en trago lento (ellos de vodka yo de whisky). Después se hacia un largo silencio (solo interrumpido por el gorjear de los pájaros del jardín que no me había podido cargar de buena mañana), hasta que alguno decía algo así como «pero mañana igual es mejor», que una vez pronunciado despaciosamente iba como es natural acompañado de otro largo y sentido sorbo., al que seguia una nueva extensa pausa. Seguiamos con «puede que sí» y nuevo castigo al hígado seguido de hieratismo. Solía ser tal que así. Bien es cierto que por mi carácter mediterraneo en las primera visitas me costó coger el tempo, pero luego lo disfrutaba de lo más. Obviamente el alcohol finalmente hacía mella y tarde o temprano comenzabamos a hablar de temás más trascendentes como las sublimes tetas de alguna compañera o de si era mejor alonso o raikkonen, pero siempre despacito y bien regado. Se me puede objetar que eso no era hablar y es cierto, era beber en buena compañía.
Hoy se habla como si se tratara de cualquier cosa, como si el silencio se pudiera ensuciar con cualquier pedo de discurso. Hasta algo tan lamentable como la función fática se echa por los suelos con multiples «te cuento», «ya te digo», «es lo que tiene»… lo cual sube a la enésima potencia si la conversación es telefónica y por móvil.
A esto se me rebatirá diciendo que si tienes el buen juicio de apagarlo por un lapso de tiempo, no te importunan y es cierto, pero sólo en parte, porque luego están las recriminaciones de «te he llamado y lo tenias apagado». Y sinceramente paso de tener dos o más teléfonos móviles, eso ya es de una presunción colosal, que vayas a tener que usar dos línas para canalizar a los que quieren hablar contigo.
De todos modos esto no es lo más lacerante, lo verdaderamente execrable es lo de los que usan el móvil para algo más que hablar, para fardar. Se gastan cientos de leuritos en móviles que deben servir hasta para fregar el piso, porque si no es que no me lo explico. Quan patético resulta presumir de algo que se compre con dinero. Cuando la función fática decae el deporte nacional es escuchar los tropecientos terabites de tonos, politonos, sonitonos y la madre que los parió que llevan esos cacharros del demonio y aunque confieso que me gusta la musica bleep también digo que me gusta elegirmela a mi.